Dicen,
a modo de resumen, que para sentirnos realizados, hay que conseguir
tres pruebas, o tres anillos siguiendo a Tolkien:
Plantar
un árbol, escribir un libro y tener un hijo.
Lo
que colma de satisfacción...
Cuidar
y obsesrvar como crece el árbol. Un buen número de lectores con los
que compartir sentimientos, vivencias, opiniones, perspectivas... La
serenidad de sentirse plenamente en armonía -consigo mismo, con su
entorno afectivo, laboral, sociocultural y ambiental- reflejada en la
mirada de nuestro hijo.
Y...
miles de pequeños detalles que nos sorprenden en el día a día...
Los
buenos días, una sonrisa, una mirada perdida y encontrada en el café
de la esquina. La canción que nos relaja, un chocolate caliente, el
olor de la cama recién mudada, el libro sobre la mesita, tu llamada,
la entrega desinteresada, la nube en el cielo, la hoja en el suelo,
el aire fresco en la mejilla, el paseo por la playa, la caracola en
la orilla... la luna llena... tu mano...
Lo
mejor es poder compartir todo esto con más personas. Si lo que
sabemos, no lo comunicamos, para qué nos sirve. En nuestra sociedad,
aprendemos unos con otros. No se integra aquel que se cree dueño de
un montón de secretos y los guarda para él sólo creyéndose el rey
del universo... un universo, el suyo, repleto de la soledad y la
amargura del genio condenado a no salir de su botella.
Abro
mi cofre para compartirlo con vosotros,...con la gratitud
y esperanza del que sale al encuentro de mundos nuevos.